No se puede hablar de la yunga tucumana sin sonar inverosímil. Si alguien intentara describirme la selva tal como se la ve desde la Quebrada de Los Sosa, yo lo tomaría por una caricatura. Como si se estuviera reproduciendo una imagen cinematográfica del Congo. Diría, como Horacio Quiroga, que esa descripción de seguro está embebida en una milenaria retórica tropical.
Cuando recorrí el Noroeste Argentino, hace cosa de un año, tuve que cambiar varios planes para visitar lo antes posible la Quebrada. Compone la subida que une San Miguel de Tucumán con Tafí del Valle; es, por lo tanto, camino obligatorio para el turista, pero no hay paradas intermedias y la ruta sinuosa y angosta hacen que no muchos quieran detenerse a admirar. Para varios, que ponen cortina en la ventanilla y duermen todo el trayecto, el paisaje pasa desapercibido.
La quebrada se forma alrededor del Río Los Sosa, que más arriba se convierte en el Río Tafí. La particularidad geográfica del paisaje lo hace “imposible de explotar” y permanece increíblemente agreste. Prácticamente no hay ninguna facilidad para el turista. No lo recomiendo para el que no tenga ganas de caminar entre arbustos.
A ambos lados, en las paredes de los cerros, hay capas y capas de selva que parecen interminables. A esa imagen contribuye la niebla, prácticamente infaltable en la yunga y que, un poco desalentadora, no permite ver hasta dónde llegan algunos árboles. Quizás sea en parte esa “disposición tridimensional” de la Selva tucumana lo que la hace parecer tan inmensa, en contraste con la relativa llanura de Misiones, donde “el árbol te tapa el bosque”.
Ni bien pasamos con el micro, supe que no podía esperar para perderme ahí abajo. Me volví loco. Sólo el paseo es ya tan espectacular que pagaría por repetirlo una y otra vez, de subida y bajada. Sorprendentemente, nadie, ni en Tucumán ni en Tafí, tiene mucha idea de cómo recorrerla si uno viaja, como yo, a pata.
Preguntando a los propios choferes pude averiguar los horarios y conseguí así que me dejaran en uno de los pocos lugares en los que les es posible detener el micro. En concreto, lo que hice fue pedir boleto hasta el “Apeadero Militar”, uno de los puntos más altos antes de que la selva se convierta en bosque montano. Desde ahí, además, era posible esperar el micro de regreso a Tafí, con la seguridad de que fuera a parar.
Ahora, mientras que Quiroga dice que allá en Misiones no hay pájaro de monte que sepa cantar, en Los Sosa el problema es que tanto el ruido de la ruta como el del río hacen que sea muy difícil tener el oído atento. No es lugar para el observador impaciente, porque ver a las aves entre las matas de hojas tampoco es muy fácil. Así y todo, hay aves que hacen lo posible por dejarse escuchar. Las infaltables Urracas (Cyanocorax chrysops) son muy bulliciosas; pero además, la Pava de Monte Yungueña (Penelope bridgesi) es tan pesada que hace ruido al saltar de árbol en árbol.
Hace un tiempo, se consideraba que formaba una sola especie con la Pava de Monte Ribereña (Penelope obscura), propia del Litoral. En general son animales muy parecidos, aunque la Yungueña tiene marcas blancas más notables en dorso y corona. Mientras que la Pava Ribereña suele corretear por el suelo, a la Yungueña sólo la vi entre las ramas. No necesariamente muy alto: a la ladera del cerro se alcanzan a ver las copas de los árboles y, con ellas, a las Pavas refugiadas de la llovizna.
Hay un bicho particular, el Piojito de los Pinos (Mecocerculus hellmayri), cuyo canto metálico es tan fuerte y característico que es imposible no reconocerlo. Son dos notas cortantes, una apenas más baja que la otra, que salen repentinamente de los murallones de selva. Por lo demás, es un tiránido diminuto que pasa desapercibido entre otros piojitos y mosquetas.
Mucha más atención hay que prestarle a la Yerutí Yungueña (Leptotila megalura). Sus tres notas melancólicas, saliendo del monte, la diferencian de otras palomas. Verla, como suele suceder con todas las yerutíes, es casi imposible. En cambio, si se mira hacia el centro de la Quebrada quizás cruce una Paloma Nuca Blanca (Patagioenas fasciata), otra paloma típica de los bosques montanos.
El Río Los Sosa, por su parte, es el lugar ideal para encontrar al Pato de los Torrentes (Merganetta armata), pero bajar hasta allá es un tanto complicado y hay que hacerse camino por cuenta propia. Una opción, si no es temporada de lluvias o si se tiene suficiente confianza, es seguir un arroyito que está inmediatamente abajo del apeadero. No fue posible para mí, porque había demasiada agua. En cambio, inventé un camino por la pared del cerro, entre las plantas.
Hice una anotación para acordarme de esa única bajada que pude encontrar. La transcribo aunque no sé si es muy esclarecedora: «yendo desde Tafí, pasando el puente [sobre el arroyo antes mencionado], tras la segunda línea blanca de la baranda de cemento, hay una zona medianamente accesible». Vaya uno a saber si el camino sigue igual y si la famosa línea blanca está en el mismo lugar donde la vi. En fin.
Allá abajo no encontré al dichoso pato —puede estar en cualquier punto a lo largo del río y verlo es cuestión de suerte—. Pero sí un paisaje espectacular. Quizás uno de los lugares más bellos de la Argentina. El agua corre ente piedras, escalonadamente en pequeños y no tan pequeños saltos. Por encima, los árboles de cada orilla se inclinan formando arcos, hasta entrelazarse sobre el río. De fondo, niebla. —Ya dije que no era muy fácil describir el lugar sin sonar a fantasía—. Como compensación por la espera, aunque no estuvo el pato, pude ver a lo lejos otra criatura simpática de los torrentes: el Mirlo de Agua (Cinclus schulzii). Se trata de un pajarito que no teme mojarse y que anda saltando ente las rocas, incluso metido en el agua.
Entre la ruta y el río hay uno que otro “descanso”, es decir, zonas medianamente horizontales, en las que uno puede descansar mientras mira, internado en la selva, el sinfín de pajaritos moviéndose entre los árboles. Al Rey del Bosque (Pheucticus aureoventris) nomás lo pude ver desde abajo, pero es fácil de encontrar para el que esté familiarizado con el canto del Cardenal Copete Rojo (Paroaria coronata), porque cantan muy parecido. Piojito Gargantilla (Mecocerculus leucophrys), Picolezna Rojizo (Xenops rutilans), Saíra de Antifaz (Pipraeidea melanonota) y Tangará Alisero (Thlypopsis ruficeps) son parte del elenco. Con paciencia, todos ellos se acercan al observador, confiando plenamente en el refugio de las hojas. El Frutero Yungueño (Chlorospingus flavopectus) es omnipresente y, una vez que el oído se acostumbra al sonido del río, uno descubre que varios cantos vienen únicamente de ese pájaro.
Al ser uno de los puntos más australes de la Yunga —repartida entre Tucumán y Catamarca— es uno de los únicos lugares, no sólo en el país, sino en el mundo, en que es posible ver al Cerquero Amarillo (Atlapetes citrinellus). Se trata de una especie endémica de la Argentina. Es completamente verde excepto por la cabeza amarilla, con adornos negros. Anda moviéndose de a saltitos por las paredes y salientes, entre arbustos —otros Cerqueros son de andar por el piso; para el Amarillo, “el piso” presenta más oportunidades—. A veces, sale de entre la hierba para darse un baño o hidratarse en algunos chorros de agua que se escurren entre las piedras.
Otro punto recomendable es el Monumento del Indio, aunque para llegar hay que bajarse del micro más adelante y luego tomarse otro de regreso a Tafí —toda una combinación—. En ese punto el paisaje cambia; desde el Monumento hasta el punto más bajo de la Quebrada hay una selva donde predomina el Laurel Tucumano (Cinnamomum porphyrium), mientras que entre el Monumento y el Apeadero hay predominio de Horco Molle (Blepharocalyx salicifolius) y a partir de ahí comienzan a verse Alisos (Alnus acuminata). Es por eso que no es raro encontrarse una bandada de Loros Aliseros (Amazona tucumana).
Me consta que en zonas más abiertas —y si el cielo está despejado— es posible cruzarse con las aves rapaces de la Selva. Aunque no tuve oportunidad en Los Sosa, pude ver alguna de esas especies increíbles cuando visite Yala, Jujuy.
No sé si fue la lluvia o el asombro, pero casi no saqué la cámara y me volví casi sin fotos. Aunque estuve como cinco horas, se me pasaron como si fueran minutos. No alcanza el tiempo para entender que un lugar como ése existe en Argentina. Y pensar que para muchos para desapercibido.
Muchas gracias a Diego Carús, gran observador de aves, que me dio la data de todas las combinaciones que hay que hacer para poder visitar Los Sosa.
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